Vivimos una época extraña, llena de cambios, como posiblemente viviera la humanidad a finales del siglo XIX. Los avances tecnológicos son vertiginosos: inteligencia artificial, algoritmos que todo lo predicen y todo lo saben, plataformas como intermediarias en cada aspecto de nuestra vida. Junto a la promesa casi siempre real de comodidad, eficiencia o automatización crecen la precarización, el aislamiento y la dependencia de sistemas que no fabricamos ni controlamos. En este escenario, el cooperativismo de trabajo no solo está vigente sino que es más necesario que nunca.
Porque si algo ha demostrado el modelo cooperativo es que otra forma de organizar el trabajo es posible. ¿Alcanza con repetir lo que somos, los valores cooperativos, las bondades del sistema? Seguramente debamos ir a mas, creo que tenemos que animarnos a disputar lo que viene. ¡Qué digo! Lo que ya vino, lo que está y que es prefacio de lo que vendrá en muy pocos años.
Las grandes plataformas globales como Uber o Pedidos Ya desembarcaron imponiendo sus lógicas: comisiones altísimas, trabajadores atomizados y precarizados, la ilusión de ser “colaborador” o “dueño de mi tiempo”, con datos centralizados en servidores que no sabemos donde se encuentran ni que se hace exactamente con toda esa información almacenada. Desde el movimiento cooperativo global, salvo honrosas excepciones, no hemos logrado construir una respuesta tecnológica a esa escala. No porque falte capacidad, sino tal vez por falta de articulación, inversión y posiblemente de visión estratégica.
Una de las excepciones alternativas a los modelos de trabajo de plataforma a nivel global es la federación de cooperativas de delivery con tecnología libre y principios solidarios, demostrando que se puede competir sin precarizar. LibreCoop en Uruguay, cooperativa que integramos desde su fundación hace ya 10 años, se integró hace varios años a ese entramado de cooperativas internacional, colaborando con compañeras y compañeros en la construcción de herramientas que respondan a nuestras necesidades y no a las de los grandes capitales hegemónicos. Ejemplos también encontramos para el transporte, el comercio o la producción agropecuaria.
Claro que no alcanza con voluntad. Desarrollar tecnología libre, soberana, cooperativa, requiere tiempo, equipos técnicos, infraestructura, y sí: recursos económicos. Vemos clave la activa participación del Estado en este trabajo de cambio de paradigma. No hablo de favores o subsidios para tapar agujeros, sino de políticas públicas que fomenten activamente la innovación tecnológica cooperativa. Programas de apoyo a nuevas cooperativas tecnológicas, fondos para infraestructura digital soberana, formación en software libre, acompañamiento a quienes ya están desarrollando alternativas. Si hay decisión política, el cooperativismo puede liderar procesos de transformación con justicia social y autonomía tecnológica.
Tenemos jóvenes altamente formados, tenemos ideas, tenemos presencia en todo el país. Lo que falta es articular saberes, sumar recursos y pensar el futuro (el presente y algunos casos ya me animo a decir “pasado”) con audacia. Mientras muchas y muchos eligen emplearse en grandes corporaciones como Amazon o Globant con condiciones altamente ventajosas desde lo económico, el cooperativismo necesita ofrecer no solo valores, sino también mostrarse como la real alternativa que es y que nos permite tener un trabajo con sentido, con comunidad y con soberanía.
En un nuevo Día Internacional del Cooperativismo saludamos y abrazamos lo logrado, recordamos y agradecemos a quienes nos trajeron hasta aquí. También proponemos espacios donde interpelarnos para discutir juntos la forma de encarar la disputa tecnológica. La inteligencia artificial, el software libre, los datos: todo eso también puede ser terreno cooperativo. Tal vez la pregunta sea si estamos dispuestos a dar esta pelea, porque la tecnología no es neutra y el futuro no se hereda: se construye entre todas y todos.
Por Enrique Amestoy