En el marco del 4º Encuentro Nacional de Cooperativas se desarrolló un taller presentado por el equipo de «Cooperación con Equidad». Cerca de 95 personas se hicieron presentes y pudieron apreciar, a través de una dinámica de taller, cuáles fueron los resultados que se encontró el equipo durante el proceso de investigación.
A continuación les presentamos la argumentación en la que se basó la dinámica.
“El desarrollo humano es un proceso mediante el cual se amplían las oportunidades de los individuos, las más importantes de las cuales son una vida prolongada y saludable, acceso a la educación y el disfrute de un nivel de vida decente. Otras oportunidades incluyen la libertad política, la garantía de los derechos humanos y el respeto a sí mismo., independientemente si es hombre o mujer.”
Declaración Universal de Derechos Humanos 1948
Un elemento históricamente regulador de la vida social ha sido el trabajo y las relaciones que conlleva. De un modo muy general, podemos decir que el trabajo es el conjunto de tareas que realizamos para ganarnos la vida o para satisfacer las necesidades humanas. Ese conjunto de tareas va a estar marcado por la distinta posición de mujeres y hombres en la división sexual del trabajo –la especialización de tareas que se asignan en función del sexo y que suponen una distinta valoración social y económica y simbólica. Esto incluye, además, una dimensión temporal: tiempo de trabajo y tiempo liberado de trabajo que también tienen una concreción diferenciada entre hombres y mujeres. De igual forma, la relación de los hombres y mujeres con el trabajo, además de las experiencias subjetivas que comportan, es y son distintas. Todas estas cuestiones son esenciales a la hora de pensar en un modelo de sociedad.
El trabajo es un elemento importante para comprender los modelos de ciudadanía puesto que en nuestra sociedad muchos derechos van asociados a la condición de trabajador o trabajadora asalariada. Sin embargo, otros derechos relacionados con actividades que quedan fuera del concepto de trabajo asalariado han de ser aún conquistados y reconocidos, como veremos. Por otra parte, la relación con el trabajo –o deberíamos decir mejor, los trabajos–, encierra diferencias entre distintos segmentos sociales y productivos y entre unos países y otros. Y son numerosas las injusticias o desigualdades asociadas a este ámbito: por ejemplo, los datos de desempleo o de precariedad laboral o el trabajo dedicado al cuidado de las personas.
A partir del siglo XIX, el mercado de trabajo industrial se basó en una profunda división sexual del trabajo que diferenciaba las actividades desempeñadas por hombres y mujeres en función del sexo: las mujeres desarrollan la actividad en el ámbito doméstico –reproductivo– y los hombres en el ámbito público considerado como productivo. En este sentido, capitalismo y patriarcado se han ido articulando para adoptar diferentes formas según el contexto. Lo cierto es que, históricamente, aunque las mujeres han participado de forma muy intensa en la actividad económica remunerada no han participado en igualdad de condiciones con los varones y han sufrido discriminaciones en el mercado de trabajo (a pesar de que, paradójicamente, tienen un nivel formativo y académico similar en unos casos y superior en otros al de los varones). Esta desigual y discriminatoria participación encuentra parte de su explicación en la asignación de la responsabilidad que se asigna a las mujeres del trabajo doméstico y de cuidados en el ámbito doméstico, desprovisto de valor en el mercado.
La economía crítica feminista ha formulado un replanteamiento del concepto de trabajo hegemónico que, en su generalidad, invisibiliza una parte fundamental del trabajo necesario para cubrir las necesidades humanas: el trabajo de cuidados.
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